Sobre mentirosos y cojos

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Dice el refrán que antes se coje a un mentiroso que a un cojo. Y en impresionante cómo día a día el aforismo se cumple, cuando se cruza en tu camino un determinado perfil de cliente.
El cliente siempre tiene la razón… dicen, aunque, como decía un antiguo jefe, «al cliente le puedes dejar que te toque los cojones, pero no que te los apriete».

Hace un tiempo se presentó la oportunidad laboral de colaborar con una sociedad (eran 2 los socios) que querían poner en marcha un proyecto integral de comunicación digital; y en el lote iba incluida la coordinación de otros proyectos existentes y dispersos.

Buena pinta, me dirán. Efectivamente.

Pasados escasos 4 meses la historia de amor se convierte en divorcio cuando los impagos y los típicos abusos del tipo «ya que te pones…», «no te importaría…», «podrías mirar a ver…», «tengo un amigo que…» son reiterativos.

La paciencia se quiebra definitivamente ante la certeza de que lo que está sucediendo es el típico caso de «me hago el tonto y si cuela, cuela». Bueno; pues dejó de colar.

Conviene matizar que el problema no era la falta de resultados. Cualquiera sabe que para poner en marcha un proyecto, cualquiera que sea, hay que realizar una inversión inicial;
y tener presente un plazo razonable de amortización para que la estrategia planificada pueda ser convenientemente implementada, evaluada, corregida… antes de que los beneficios comiencen a «inundar» la empresa.

Pero nada de esto pasó. Ya al segundo mes comenzaron las excusas para justificar el retraso en el pago y el adelanto de prestación de servicios a cuenta de una subvención pendiente que nunca llegó.

Decidí cortar la relación de forma más o menos incruenta porque dejé de aguantar esas prácticas sutiles, a veces imperceptibles, pero abusivas.

mentirosoPasado un año, uno de aquellos socios (en adelante «el mentiroso») decide volver a poner en marcha alguno de los proyectos que tantas dificultades tenían y por los que dejaron de pagar el trabajo ajeno.

Y héteme aquí que contactan con un amigo. Y el mentiroso le dice que tienen que quedar para hablar del tema y que también yo estoy convocado a la reunión.

Lo que el mentiroso no sabe es que mi amigo es mi amigo y me llamó para comentarme la jugada por si teníamos alguna postura que coordinar; excuso decirles que quedó estupefacto al saber que nadie se había puesto en contacto conmigo, ni me habían convocado a reunión alguna ni sabía absolutamente nada de los asuntos que hubiera que tratar.

Mi amigo se presenta en la reunión y lo primero que hace es preguntar por mí.

El mentiroso le dice que al final no voy a poder acudir porque me ha surgido un compromiso sin determinar de última hora. Y en esa misma charla, que mi amigo me contó de forma sucinta pero suficiente, ya aparecieron esos «poyaques» tan típicos de los que exhiben la bandera de echarle mucha cara a la vida; vamos, los jetas.

He aquí una relación laboral que comienza viciada, porque el cliente la inicia con dos mentiras. Así que no me queda ninguna duda de que la relación seguirá basándose en las mentiras.

Lástima, porque siempre me ha parecido mucho más trabajoso pasarse el día mintiendo que decir las cosas claras desde el principio. Pero este es el típico comportamiento del caradura, del miserable, del prepotente, del abusador… con cara de ángel.

Y sé que también hay mucho «vendedor de humo» en la profesión. Pero eso no exime a ambas partes del mínimo respeto intelectual y profesional que merecen y que deben.

Huid de esta gentuza como de la peste. Más vale decir que no desde el principio que permitir al mentiroso la sola sensación de que es él quien maneja la situación.

Entiéndase que esto que les narro es un caso particular, no una generalización.

Y el pobre Pinoccio no merece que su imagen se use como paradigma del mentiroso.