Otro lunes más
Cuando cumplió la mayoría de edad, su
padre y yo le regalamos un coche. No era gran cosa pero mucho mejor que ese
ridículo vespino en el que salía montado cada mañana de camino al instituto;
ese que me amargaba
A menudo me he detenido a pensar en
aquella tarde, cuando su padre y yo salimos del Concesionario con las llaves
del coche usado que le íbamos a regalar. Tratando de imaginar qué no hubiera
ocurrido si aún conservara el ciclomotor, el mismo que yo odiaba pero que con
el paso del tiempo he apreciado hasta el punto de echarlo en falta. Sin acabar de entender que todo hubiera sido
distinto si nunca lo hubiéramos reemplazado por un "seguro" y cómodo
vehículo de cuatro ruedas.
Aunque no consigo borrar de mi mente aquella expresión: un ensayo de
felicidad reflejada en los ojos de mi hijo cuando vio estacionado en la puerta
de casa su coche. Una mirada que era como un abrazo o un te quiero. Tierna y
agradecida como aquellas que me brindaban sus ojos de niño recién nacido cuando
le alimentaban mis pechos, cuando le tranquilizaba mi voz o le curaban mis
manos. Y quizá sea esa mirada la que me sacude por dentro las entrañas. La
misma que siento en forma de puñal clavado en mi vientre, allí donde él estuvo
un día ocupando una parte de mí que hoy agoniza por su ausencia.
Todavía vivo en aquel lunes perpetuo,
todavía son las ocho de la mañana en el kilómetro 24 de la A-49, donde por
causas que aún se desconocen hubo una colisión entre tres vehículos que se
cobró la vida de mi hijo, mi propia vida. Porque fue mi garganta la que
enmudeció con él cuando le sobrevino el golpe. Fue mi pecho el que se empotró
contra el volante, y fue sobre mi cara que cayeron cientos de cristales como
una lluvia de estrellas que herían y desgarraban
Hoy me tomo el café sin mirar por
© Julia Nieto. 2005.