ENVOLTORIO CONTINUO
- El aire puro no deja mancha en el
pulmón...
- ¿Qué quieres decir?
- Que el tabaco sí, no necesitas fumar.
- Me ayuda a pensar, a decidir...
- No necesitas pensar, no necesitas
decidir nada, te quiero y es suficiente. Me quieres y basta de pensar.
- Pero he de abandonar mi mundo aéreo y ya
no podré volver.
- Pues, si quieres, vamos al mundo del aire
y olvidamos el acuático.
- No es tan fácil, ¿qué nos pasará?
- Entonces no me quieres.
- Sí, te quiero.
En el aire, las cosas son distintas
simplemente te precipitas, caer y vives con las demás.
En el agua flotas. Suavemente caes, o
subes, te mueves. Casi siempre subes violentamente, sobre todo cuando alguno
cae.
- Debes decidirte, gota fumadora.
Era tan tarde que la gota no podía
decidirse y la burbuja estaba más que harta de esa indecisión.
- Tengo miedo de que cuando esté en el
agua ya no sepas quién soy. Que perderé la frontera y me confundiré.
- Vayamos pues al aire.
La frontera del uno era la materia del
otro y los dos vivían gracias al otro. La confusión reina al pensar por
separado siendo que cada burbuja de aire es una atmósfera y cada gota de agua
es un océano. Fueran dónde fueran uno de los dos tenía que destruir su frontera
y encaminarse a su final.
- ¿Qué podemos hacer?
Alguien ideó el unirse uno con el otro.
Fuerte, compacto, eso que por un momento quisieron ser uno. Las superficies
dejarían de ser fronteras y se diseminarían y ningún otro ser sabría lo que
fueron antes. Tenían que abrazarse fue su única solución.
- ¿Y si hiciéramos un mundo, nuestro
mundo?
La gota abrazó a la burbuja y estuvo en su
medio. La burbuja abrazó a la gota y estuvo en su medio. Y así nació el amor, que
es un envoltorio continuo.
Vicente
Sáez. © 2002