Sobre la herejía comercial que es develar qué es

“The Lord of the Rings”

 

¿Dónde oculta sus pálpitos el lobo?
¿Dónde esgrime su trágica energía?

¡Para ponerme yo como vigía

mientras urde su crimen y su robo!

 

Hacia el siglo IV a.C., en las riberas del río Amarillo, en la Tierra Florida, nació Chuang Tzu. Éste empleó su vida en predicar el jubiloso credo de la Inacción y señalar toda la inutilidad de las cosas útiles. La conocida historia del emperador que soñó que era una mariposa y al despertar no sabía si era un hombre que se había soñado mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre es, según nos dicen, de su autoría. Un colega cercano, Hui Tzu, fue más allá: “era un hombre de muchas ideas. Sus obras llenarían cinco carros. Pero sus doctrinas eran paradójicas.” Decía que debía haber plumas dentro de los huevos, porque los pollitos las tenían; que el perro podría ser una oveja, porque todos los nombres son arbitrarios (años después alguien declararía: “toda profesión encierra un prejuicio”); que un palo de un pie de largo que todos los días fuera cortado por la mitad sería infinito, y que un caballo y una vaca eran tres; considerándolos por separado, eran dos, pero juntos, eran uno, y uno y dos son tres.

Nuestra mitología es hoy en día más decadente: creemos que “El Señor de los Anillos” es tres pero es uno y, por si fuera poco, que es un buen libro. En Inglaterra se encuentra este libro en los anaqueles de la categoría “Infantiles” de toda librería. El argumento más inocente que escuché de quienes lo leyeron con devoción hace menos hincapié en su valor que en su volumen, como si el sufrimiento – y el costo, claro – de leer libros enormes fuese un mérito. Por lo pronto les aconsejo un par de libros más si han de medirlos con esa vara: la Guía Telefónica o un Vademécum. No hay mejor lengua que la que jamás hablamos ni mejor acción que la que jamás haremos. Intuyo que la singular generosidad de los críticos para con esta obra es más intencional que real: nos gustaría de veras que se llevaran buenos y reales clásicos literarios al cine. De todas formas, me gustaría pensar que debería cuidarme del poder de Gandalf, quien leerá estas líneas con no demasiado cariño y hará tronar el escarmiento desde su báculo.

Sobre la tripartita obra intitulada “El Señor de los Anillos”* del hasta hace poco popular y según se sabe huraño – por determinada voluntad y no por incompetencia- escritor inglés J.R.R.Tolkien sólo empezaré diciendo que jamás logró llamarme la atención una sola de sus obras. ¿Desmérito de quien escribe estas líneas o mérito del mencionado autor? Sépase al menos como precedente que ni un gran amante de las letras inglesas como Jorge Luis Borges fue capaz de arrimarse a esa vasta mitología apócrifa – nadie dice menos peculiar, sí tal vez igual y por eso sea menos- ni otros conocidos lectores y escritores como Alejandro Dolina han volcado su atención al ahora celebérrimo “Homero” anglosajón. Esto es menos intrascendente si consideramos que tanto uno como otro sí fatigó las tradicionales historias épicas y mitológicas, tanto las clásicas griegas como la un tanto menos conocida rama nórdica del género. La labor literaria plasmada en los tres volúmenes no ofrece mayores rasgos ni deja entrever novedad alguna, mucho menos serios dotes estéticos. En definitiva, podría decirse que su único mérito y probablemente la mayor exigencia para Tolkien haya sido la extensión de la obra y no su calidad. Esta unánime carencia de logros sí ha logrado, por supuesto, capturar a una gran masa de lectores y hasta “fans” que muy seriamente se reúnen en clubes de todo el orbe disfrazados de gnomos y sus variantes. Fanáticos: sé que tienen especial sensibilidad hacia esta onomástica, disculpen si no es “gnomo” la palabra correcta, me confeso un ignorante del Registro Civil de aquellos imaginarios enanitos leñadores en bosques de hadas.

Es de mi parecer que toda la historia no es sino un intento del autor por asimilar una mitología propia (o con nombres propios, en todo caso) y que irremediablemente relata lo que ya agotadamente contaron griegos y sobre todo en este caso islandeses durante tantos siglos**, eso sí, cuidando que Ulises varíe un poco las dimensiones de sus orejas y variando un mar lleno de maravillas por el definido y gris paisaje británico.

Busqué de manera inútil cierto pasaje de un libro antiquísimo que trata de algo que, como no pude al final encontrar, es más o menos así: un grupo de hombres que no se conocen, de diversos orígenes y con diversos fines, se ven obligados a encarar una misión sobrenatural. Deben recorrer una serie de lugares llenos de peripecias, bestias que los atacan, ejércitos que los buscan, geografías definidamente dañinas. Después de atravesar todos aquellos lugares y sobrevivir contra todas las adversidades, les es revelado que la misión sobrenatural no era llegar a su destino sino completar el camino hasta él. Cuando descubren esto, también ese grupo de hombres (que eran en principio hostiles entre sí) se descubren hermanados. Y ése es más o menos el argumento de Tolkien, también. 

Recogida por Hollywood y llevada al cine con una pasmosa publicidad en todo el mundo, la película apunta siquiera a ser el próximo paso para quienes ahora hayan visto también al anteojudo pillín Harry Potter y su cascotazo filozoofal.

El crítico literario Harold Bloom*** no vacila en declarar que aquellos niños a quienes sus padres les compraron los libros de Harry Potter (bajo la sacrílega idea de que era literatura para neófitos) ascenderán luego a lectores de las no menos vacuas novelas de otro Best-Seller internacional, el señor Stephen King (¿Kong?). Imaginen qué podrá decir sobre éste inglés. Permítaseme intervenir en el juicio del crítico y agregar que antes de llegar a la cima apoteósica donde les espera King, han de demorarse un buen trecho con Tolkien.

        Auguramos una no menos pasmosa recaudación multimillonaria en beneficio de la inversión del film y en perjuicio del Arte. La primera parte de la película (que es una pero es tres) es en unanimidad calificada como “mediocre” entre los entendidos: se espera pronto una segunda parte igual de entretenida que su antecesora. Como de costumbre, nos apena recordarle al lector que “best seller” significa “mejor vendedor o vendido”, categoría comercial que poco tiene que ver con el buen despliegue de dotes literarios.

 

 

                                                                                                            

* Alimentos de cuervos es el cadáver, lobo de las mareas es la nave, vara de la ira la espada, vuelo de lanzas la batalla, agua de la espada la sangre, señor de anillos el rey; son estos algunos ejemplos de las kennigar que hacia el año 100 los poetas de Islandia engendraron (y según la leyenda con intervención del propio Odín) como metáforas infaltables en el canto de su bélica mitología.

** Esta literatura instintiva  acopia precedentes tales como La Saga de Njal, los versos de Egil Skalagrímsson, la Edda Prosaica compilación de Snorri Sturluson (hacia 1230), Eyvind Skaldaspillir, el Beowulf (que data del año 700), la balada de Brunnaburh (año 900), la Odisea de Chapman, William Morris en su Sigurd the Volsung , entre otros; Tolkien que fue linguista antes que escritor supo coloridamente intercalar antiguos lenguajes daneses en particular y nórdicos en general a algunos de los personajes en cuya obra en definitiva están menos inventados que compilados, y en el ahora fílmico mamotreto de tres tomos y quién sabe cuánto más.

*** Harold Blomm no es ningún panelista de talk-show. Es profesor de Literatura en las universidades de Nueva York, Yale y Harvard. Entre sus más de veinte libros se encuentran “El Canon Occidental”, “Shakespeare: la invención de lo humano”, “Cómo leer y por qué”. Por si fuera poco, como miembro de la Academia Americana de Artes y Letras recibió la Medalla de Oro en Crítica. La aclaración inicial me parece útil, al menos si consideran que soy argentino; pues acá ha imperado recientemente la idea de “decir lo que se piensa siempre”, aún cuando la gran mayoría no piensa.

 

 

 

Post Data de 2003 : La trilogía continúa, ahora con “Las dos torres”, segmento que no veré ni me quitará el sueño, pero que a todas luces es ineludiblemente referencial en cuanto al contexto en el cual se exhibe. El nivel de metáfora es sencillo hasta el hartazgo: los malos son feos, oscuros, viven olvidados y marginados en un fanganoso mundo subterráneo. Los buenos, que visten bien, de blanco, justos y heroicos, jamás se interrogarán – pero esto ya se aleja de la literatura, es una suerte de crítica social – por qué sucede eso, antes de decapitarlos a espadazo limpio. Frodo – Freedom – es el que en nombre de la paz, Twin Towers mediante, ajusticiará de una vez y por todas, en pos de la soberanía total, a Osama... no, perdón, a Saurón. Curiosa Paz la de estos personajes, en tiempos de guerra prepotencial inminente.

Por otro lado, un lector, el señor Rafael Chávez (durante noviembre de 2002) ha observado que critico mal. Es posible. Yo creo que todo está más o menos fundamentado; no hay críticas inocentes y la mía no es pagada por ningún estudio de cine multimillonario. Asumo, también, que si mi meta es esa, voy por un pésimo camino. Pero, ¿y qué hay de las aún más vacuas, insubstanciales, erróneas “críticas” favorables? Una película mediocre, ayuna de buenos actores, pero atorada de premios Oscar (a los efectos especiales), basada en un best-seller simplón * , un libro de iniciación que, como Harry Potter y su profusión de celuloide, encona a los lectores en una burda mediocridad literaria, ¿qué hay de todo eso?

De todas formas, seguirán llenando salas, disfrazándose; en Argentina la película “El Señor de los Anillos: Las Dos Torres” no se estrenó sino hasta que los ejecutivos, distribuidores y demás interesados financieros no estuvieron seguros de que obtendrían una suculenta ganancia, por sobre las hordas de fans y demás cinéfilos que esperaban ansiosos. Ahora bien, si así se maltrata a los auténticos y sospechosos fans a ultranza de Tolkkien, ¿qué efecto podría tener mi crítica, aún si fuera no tan mala?

 

* Mantiq al-Tayr, es una epopeya mística en la que los pájaros que buscan a su rey, el Simurg, finalmente arriban a su palacio, que está detrás de siete mares, y descubren que ellos son el Simurg y que el Simurg es todos y cada uno. Esta es la obra que no supe nombrar antes, que resume el argumento forzado de Tolkkien, y que es persa y que fue traducido por Edward Fitzgerald, hace tantísimos años. ¿No es ese el argumento de “The Lord of The Rings”?

Quedará para algún otro más diestro el deber de escribir un ensayito, o crítica, si así lo catalogan, que podría llamarse así: “Tolkkien y sus precursores”.

 

NICOLAS ALEJANDRO VALDES MAVRAKIS   2002 - 2003    ®

 

cerrar