La Tele:

En la sociedad postmenemista (no posmodernista, que es mera categoría lúdica de especuladores académicos; acá en Argentina, mundo real) la idea de que el único valor posible es el monetario; el éxito y la ostentación del éxito; el raiting, la cotización, la posición (primera) como único valor considerable, en fin, la mentira de la apariencia y la escenificación de esa mentira, es una de las falacias de la época que más sustento logró entre los nuevos ricos  (entiéndase: viejos ladrones a los que les llegó el momento) e incluso entre gran parte de la mayoría marginada por esos nuevos ricos que creía que las fortunas vertiginosas en poco tiempo eran posibles, alcanzables y hasta quién sabe si justas.

La tele es el ámbito donde mejor se inserta esa perversión de los valores. Entonces, por ejemplo, el programa más exitoso, en horario central, ahora, hoy mismo, es aquél donde dos muchachitos futbolistas recién llegaditos de un pueblito del interior que juegan en un equipo de segunda categoría visten bien y a la moda, todos los días con un nuevo conjuntito y hasta con varios cambios por día; viven rodeados de lujos, de las mejores y regaladas mujeres, de amplias compañías y bienes; poseen todas las virtudes, gracias, de nadas, son lindos, blanquitos, de indiscutible levante; incluso hasta a veces tienen problemas, tal vez serios: que siempre se resuelven fácil y rápido: son exitosos.

Y ese es el programa más exitoso: es decir, el que más gente ve y que por lo tanto es exitoso y no sólo eso sino que también debe ser por esa misma razón bueno.

-              Es que la tele, y más en este país y en este momento, tiene la función de divertir a la gente que está cansada de pálidas...

Mentira. Ese es el argumento más banal, menos solidario y hasta más provocativo posible ante una situación social como la presente, y debería traducirse de la siguiente manera: la gente está mal, mejor que no se note; mejor no buscar por qué ni mucho menos cómo cambiar: mejor divertirse, distraerse, mientras nada cambia y todo empeora. Entonces, hay que mirar la tele para eso: para nada. Que no sirva para nada, que solamente distraiga: que solamente desvíe la atención de lo que debería ser atendido. Así, la tele no es una forma de la distracción ociosa sino una siniestra cortina de humo.

También que un programa por el estilo sea tan exitoso podría funcionar con una lógica perversa pero al tiempo útil: ese par de fulanitos son blanquitos, limpios, ricos, visten caro, comen cuando quieren lo que quieren, se revuelcan con quienes quieren cuando quieren, pasean, viajan, hasta casi trabajan, jamás pagan una cuenta, jamás tienen un conflicto que merezca ser dramatizado ante más de tres personas: ¿por qué no cualquiera? ¿Por qué no yo, también? ¿Será que me falta algo, o peor, será que alguien me sacó algo que me corresponde también a mí? ¿Por qué todos miramos a un tipo al que le llaman Rey Sol si todos los que miramos y lo convertimos en rey (porque allá afuera, arriba de su 4x4 y en un restaurante caro con la modelito del momento a su derecha sí es el rey) por qué, entonces, miramos a alguien que se hace llamar rey ante un montón de personas que detrás de un televisor están más cerca de ser esclavos y vasallos que otra cosa? Pero la gran mayoría no se pregunta, toma lo dado como natural; mejor distraerse, mejor no preguntar, ya muchos problemas hay. Esa clase de éxito lo es en realidad para una parte muy minúscula de la sociedad; conforma una nube exitosa de humo ante lo que realmente pasa. Y si no, pregúntesele a algún muchachito del interior que juegue al fútbol en un equipo capitalino de cuarta categoría. ¿Ese no tiene póster y fans? ¿Come todos los días, siquiera?

 

En esos programas la tele – o sea, quienes hacen televisión – se porta feo porque abusa del poder que la misma gente que ve la tele le otorga: engaña, tapa, encubre: miente y para colmo se nota. Es el éxito por el éxito en sí mismo, un éxito que a fin de cuentas no es tal porque no sirve para nada.

Mejor es cuando la tele muestra algo que sí pasa y en serio, cuando tiene éxito mostrando algo que le concierne a la mayoría. Entonces sí tiene sentido, es útil, el éxito es algo un poco más allá de “medir bien” y facturar mejor. Es la tele que enfada, indigna, porque muestra lo que sí pasa; un penal lleno de reclusos maltratados y olvidados por un sistema que los margina, que los convierte en delincuentes sin otra opción: y que además todos pueden ver por televisión. Dramatizados, sí, son actores, pero dramatizan algo concreto, real, tangible; algo que pasa y afecta a todos y es un éxito. Un éxito en la medida en que sirva para algo eso que muestran, pero un éxito mucho más loable al fin.

 

Claro que para bien o para mal, según el neoliberalismo imperante que es también destructor de argentinos, nada más lejano de la tele que considerar qué se dedica a difundir. No, eso no importa: importa cuánto reditúa por mes entre anunciantes, chivos, obrita de teatro, merchamierdansing y demás. Incluso, si tenemos suerte, se puede exportar a algún otro país latino donde, claro está, la gente tenga que distraerse (porque a algunos otros les conviene). Pero a veces, unas pocas, algunos asuntos logran colarse por entre los filtros del distorsionado éxito. Y quedan a la televisada vista de todos.

 

 

 ® Nicolás Alejandro Valdés Mavrakis, noviembre 2002

 

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