La esencia inaprensible:
El lenguaje es el conjunto de
símbolos que da formato mediante sus signos y reglas a lo circundante, el
conjunto de lengua y habla, según Saussure. Borges solía decir con frecuencia
que “toda palabra presupone una experiencia compartida”, es decir que
aquellas palabras deben ser comunes a todos no sólo en cuanto al idioma sino
que también a aquellas situaciones u objetos a los que se refiere: si alguien
jamás vio una mesa es inútil que le describan y nombren y expliquen qué es. Los
más sagaces abusan de la epistemología y se atreven a decir que el lenguaje, si
bien es de mutuo consenso que no agota a la realidad y que pretender encerrar
al mundo en un diccionario es menos que ingenuo, es inútil para definir
cualquier cosa. Vale decir, si hablamos de una mesa, hablamos de una palabra
que designa a una tabla con cuatro patas, pero si hablamos de una tabla,
hablamos de una porción rectangular o redonda de madera u otro material; y si
hablamos de patas estamos hablando de otra porción de materia de formas
propias, y si hablamos de formas estamos también haciendo referencia
a...etcétera: en definitiva, se pretende demostrar que la sucesiva referencia
de las palabras a otras palabras terminan por evitar que el mundo sea
cognoscible, sólo podemos conocer el lenguaje y este actúa como barrera ante la
verdadera esencia de la realidad, que siempre escapa a los limitados signos. A
manera de comprobación, constate lo inútil que resulta intentar describir un
color definido o el indefinido de un atardecer, o el sabor de una fruta, el
espanto, el amor.
En definitiva, luego de las
etimologías de las palabras, nos encontramos con el mero sonido: un sonido
vocal, humano, inventado para nombrar la realidad circundante y aún para
abstraerse de ella, definirla y pensar. Noche, night, νúχτα
(“nijta”), nuit, notte, nocte, noite, natch,
ночь, son palabras que en castellano, inglés,
griego, francés, italiano, latín, portugués, alemán y ruso significan – o mejor
dicho quieren significar- lo mismo, la noche, la ausencia de la luz
diurna, el tramo de las veinticuatro horas en el que el mundo oscurece:
significan en el sentido también etimológico de la palabra, definen con signos
un objeto, una situación, de la realidad del mundo.
¿Y cuál es el origen de esos
significados y de esos sonidos? ¿Cuál es la etimología de la etimología
de las palabras? ¿Por qué cierta combinación de sonidos bucales, guturales y labiales
se usan para designar únicamente un objeto y no otro? En ese acto inaugural y
creativo radica el hecho estético, donde las palabras se inician no como la
derivación de una en otras sino como un sonido que representa algo: se
inventan. El hombre, cual artista, crea mediante un acto estético un
sonido para sí y mediante una estética del sonido le dará un significado que
después volcará a un signo y a un lenguaje con todas sus formas.
La música inaugural es entonces no
sólo la máxima aspiración del Arte sino también la primera inspiración del
lenguaje.
De esta manera y partiendo de la
idea según la cual las palabras son invenciones con su estética y su música
para luego devenir en signos, abundan ejemplos en diversas lenguas. Las
palabras onomatopéyicas son acaso el más alto exponente de esta teoría: si nos
encontramos en Londres y nos piden que aplaudamos, utilizarán la palabra clap,
palabra que es antes de toda investigación lingüística o etimológica, el ruido
que hacen las palmas al chocar en un aplauso y no cuatro letras unidas porque
sí para designar esa acción aprobatoria. La posibilidad de ejercer el arte y su
buena estética puede ver la luz a la hora de los neologismos, los nuevos
intentos por acopiar las formas del mundo y un más allá siempre insondable, a
la manera de un antiquísimo satélite que recorriera un Universo de esencias
inaprensibles riquísimo y en constante expansión hacia el infinito.
Nicolás Alejandro Valdés Mavrakis 2002 ®