Su alargada sombra

 

Raquel estaba sentada junto a la ventana, descalza, mirando hacia el jardín. El cabello negro, vagamente encanecido, se recogía en un moño barroco. Unas ligeras nubes que habían prometido infielmente lluvia se estaban separando en un cielo azul sucio, sin que llegara a brillar el sol. Se pintaba cuidadosamente las uñas. En la mesita, a su lado, había un ancho vaso con dos dedos de whisky puro y un ejemplar de las "Novelas ejemplares".

- Dónde has estado? -preguntó sin volver la cabeza.

- Ya lo sabes -contestó Rafael.

Hubo un silencio largo. Ella suspiró , cerró el frasquito rojo, lo depositó  en la mesilla y comenzó a soplarse las uñas.

- No te pintas los labios?

Ella parecía no creer necesario responder. El gato Mitsou entró en la habitación y se frotó contra una de sus pantorrillas. Ella encendió un largo cigarrillo.

- Me lo prohibiste -dijo finalmente, y le miró casi sonriendo-. Ella no...

- ¿Puedo yo prohibirte algo? -dijo él.

- Ya sabes a qué me refiero.

- Por Dios, Raquel.

- Sí- y miró de nuevo hacia la ventana. Luego se volvió hacia la mesita, tomó un lápiz de labios, lo abrió con un delicado movimiento giratorio de la mano derecha, pasó el dedo anular por la punta y se dio un toque circular en las mejillas, pensativamente.

En el piso de arriba se oyó un fuerte portazo.

- No puedes olvidarla, verdad?

- No puedo. Quieres que me vaya?

- No digas tonterías, por favor -se volvió hacia él y puso cada mano en el desnudo brazo opuesto, como abrigándose a sí misma.

- Qué perfume es ése?

- Te importa?

- La verdad es que no.

Ella se echó a reír, después se puso seria.

- Nuit de printemps.

- No bebas más. Hagamos el amor.

- Eso no cambiará nada.

- Por supuesto -dijo él.

- Sabes que ella nunca va a volver, no?

- Sí.

- Tienes hambre? Quieres comer? Qué te apetece?

- No, no, gracias.

- Voy a seguir bebiendo y leyendo.  Qué harás tú?

- Quizá  volver a ese piso. Quizá  pasear. No sé.

- Y así va a ser siempre?

- Creo que sí. Vete. Vive, haz tu vida.

- Mi vida eres tú -Raquel tomó el libro y encendió otro largo cigarrillo.

- Buenas tardes, entonces. No tardaré.

 Se besaron sin prisa. Cuando él ya alcanzaba la puerta de la calle, ella le gritó:

- Abrígate.

Cuando se abrió la puerta, el gato intentó escaparse, pero Rafael lo hizo entrar de nuevo en la casa. Todos aquellos pisos eran iguales, y después Mitsou no sabía nunca encontrar el camino de vuelta.

 

Elías F. Gómez García. © 12-13 diciembre 2002

 

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