Dos palabras sobre la gnosis
Notas sobre esta nota
-Me baso para esta temerosa y vulnerable nota, principalmente, a)
en la de Borges "Una vindicación del falso Basílides", b) en la
generalidad de la obra de Evola-que, creo, no habla expresamente de
gnosticismo, al menos en las obras suyas que yo conozco-, autor cuyo
"reaccionarismo" no resta (1) valor y peso a su labor intelectual, y
c) en una serie de libros sobre la cuestión, unos más dudosos que otros, que he
leído desde mi adolescencia. La mayoría de lo que aquí diré es harto sabido, y
se ha dicho mucho mejor antes; pero si dejáramos de escribir porque lo que
vamos a decir se ha dicho antes y mejor, quedarían muy pocos que escribieran, y
quien esto escribe no sería uno de ellos.
-La presente nota, si a alguien va dirigida, no se dirige a los
que se hallan en el mundo como en su propia casa (que son muchos más de lo que
a primera vista parece). Tampoco a los creyentes ortodoxos, que declaran -no sé
si creen- contra viento y marea que el mundo está bien construido, y que todo,
el dolor, la pérdida, la impotencia, la muerte, lo entenderemos alguna vez.
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Como es bien sabido, hubo en los primeros años de vida del
cristianismo hombres superiores, hasta cierto punto herederos o parientes
lejanos del zoroastrismo, que encontraron que la visión, o idea, de un dios
sabio, bueno y todopoderoso se conciliaba mal con el mundo tal como se da a la
experiencia directa, y aun a la posterior reflexión serena que los
acontecimientos cotidianos no consienten en su momento. No sabían comulgar con
ruedas de molino. Conjeturaban, como los católicos ortodoxos, que existía un
dios único, pero, al contrario que ellos, quisieron entenderlo, en la medida de
lo posible humano; de ahí la palabra gnosis (conocimiento) opuesta a pistis
(creencia o fe); actitud, esta última, que sin embargo no consideraban
inválida- para quien se contentara con ella. Dado que, de existir dios, sus
designios son inescrutables, el intento -heroico, como lo califica, con su
característico mot juste, Borges- no podía por menos de producir concepciones y
cosmogonías extrañas y aun estrambóticas, por no decir carnavalescas; lo que no
resta seriedad, dramatismo y nobleza al intento en sí. Otros lo llamarán
soberbia o audacia... Los amantes de las palabras sabemos poco más o menos para
lo que sirven y para lo que no.
Evola resume o esquematiza, en una de sus obras, que para concebir
(o inventar) la divinidad existen dos métodos: el inductivo y el deductivo;
mediante este último, se postula un dios con unas determinadas características,
y ex post se procura, con mayor o menor fortuna, acomodar lo que sabemos del
mundo a esa idea: es lo que han hecho (lo que han intentado hacer) los
católicos, entre los que crecí para bien y para mal (2).
Por el contrario, el método inductivo parte de la experiencia de
lo que es la existencia o la vida en la realidad, en la experiencia, propia y
ajena, y de ahí infiere las características de la hipotética divinidad (lo que
a primera vista parece más racional, y racionalidad era lo que pedían los
gnósticos); de ahí las divinidades tripartitas del Indostán, con su aspecto
creador, conservador y destructor. De ahí las divinidades sobreabundantes,
barrocas y hasta excesivas de cabezas, de brazos y piernas, que tanto motivo de
diversión proporcionan a nuestros ignorantes, cuyo nombre es legión. De ahí,
también, las variadas cosmogonías gnósticas.
No recuerdo y no importa qué autor antiguo, no refutado
eficazmente hasta ahora, que yo sepa, observó que, siendo el mundo como es, uno
de los tres atributos que la teología ortodoxa atribuye a Dios se contradice
con los otros:
1.- O bien es sabio y omnipotente, pero no bueno.
2.- O bien es bueno y omnipotente, pro no sabio.
3.- O bien es sabio y bueno, pero no omnipotente.
Cierto es que en más de dos mil años de cristianismo ortodoxo,
vale decir, en este contexto, católico, éste ha elaborado respuestas para todo
(de las que muy pocas son convincentes). Cierto es, también, que los católicos
se empeñan en explicar el mal como prueba para la fe, o incluso renuncian a
explicarlo, suponiendo que todo se les explicará, o se nos explicará, a su
debido tiempo.
Pero los gnósticos querían, ansiaban (y continúan ansiando),
saber, no creer. De ahí el nombre que a sí mismos se dieron.
Concibieron, en la herejía basilidiana que Borges resume con su
conocida maestría, unas sucesivas emanaciones de Dios que, como toda emanación,
se hacía más leve y difusa a medida que se alejaba de su fuente; de la última
de estas emanaciones (3) procede el mundo, lo cual explica las características
de éste que todos conocemos. Otras cosmogonías gnósticas son aún más
pintorescas. Postulan un demiurgo infantil, o -por el contrario- senil, o
torpe, o que abandonó su obra a medio hacer...
No hay, sospecho, quien no haya sentido, esporádicamente o como
experiencia constante, que el mundo es caos, naufragio, mala factura, chapuza,
fracaso, boceto.
Dado que este sentimiento es eterno, incluso en los que niegan
experimentarlo, a la gnosis parece esperarle una larga vida (4). Cierto que las
cosmogonías urdidas por esta línea de pensamiento -o de desesperanza- son
ligeramente indigeribles para la irracional, pobre y soberbia racionalidad de
nuestros días; pero, ¿son más racionales los dogmas de hoy, ante los que la
mayoría se inclina? ¿Es más racional imaginar que el ser humano desciende del
mono, o que la estatuaria griega, la obra de Flaubert, Winona Ryder, Poesiapura
proceden de una bola de materia muy compacta que estalló hace miles de millones
de años?
(1) Quizá añade
(2) Desde muy niño quise -y desde muy niño no pude- compartir la
idea de un ser providente, aunque no fuera más que por respeto y amor a mis
mayores.
(3) 365, según la nota de Borges; probablemente un número
simbólico, como el siete o el cuarenta en la Biblia.
(4) No hace demasiado tiempo que oigo hablar de un renacimiento de
la gnosis; me extraña, ya que no sabía que hubiera muerto.
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Elías Fernando Gómez García ©. Melilla, 19-2-2003