En
el último fin de semana se han producido tres robos en los alrededores de mi
vida cotidiana. Todos suceden a la misma hora aproximadamente, el sábado entre
las 10 y las 12 de la noche, mientras los propietarios de los objetos robados
se divierten en una fiesta. Dos de los robos se producen simultáneamente en los
lugares donde transcurren las fiestas. Los invitados bailan, comen, se
divierten inocentemente y mientras tanto uno de ellos se apropia de los
respectivos objetos: 150 dólares de una bolsa que esperaba paciente el término
de la fiesta en el cuerto trasero, en una; un abrigo de piel alevosamente
desplegado encima de la cama que reposaba junto y probablemente sobre los
demás, en otra. Al mismo tiempo los cristales de la ventana de una casa son
rotos, el seguro descerrajado y los objetos de valor de la casa desaparecidos
en el sigilo de la noche. Nadie oyó nada. Este último es el más convencional:
la ventana da al porche y éste a un jardín. Es un primer piso. El perro de
enfrente no ladró y los propietarios, que no habían salido a una fiesta desde
que nació el bebé siete meses atrás, lloran desconsolados la pérdida de su
escasa fortuna. En las casas donde se celebraron las fiestas nadie se explica
el hecho. ¿Un grupo de amigos se reune con motivo de festejar un cumpleaños y
alguien elige llevarse precisamente el abrigo de la homenajeada? Parece
imposible. Otro cumpleaños: una pareja, desconocida para la mayoría, es
invitada a la fiesta por razones indirectas. La pareja, que está de vacaciones,
lleva una cantidad inusual de dinero en la cartera. Nadie los conoce, todos
ignoran este último detalle. Los propietarios de la casa no saben como
disculparse de tamaño incidente. ¿Tendrán que reconocer que entre sus amigos
hay un ladrón, o quizas un cleptómano?
Ustedes
se preguntarán cuál es el elemento en común entre estos tres robos. La relación
entre dos de ellos es obvia, con el tercero no es tan clara. En realidad lo que
los acerca es simplemente el hecho de que yo tengo algo que ver con los tres.
Salgo de mi casa hacia las 9 de la noche del sábado, dos horas después que mis
vecinos en la casa de al lado. Y vuelvo a la 1:30 de la mañana una hora más
tarde que ellos, cuando los trámites con la policía están cerrados. Llego a la
primera fiesta a las 9,30 y salgo de allí a las 12 de la noche para dirigirme a
la otra fiesta donde llego a las 12.15, casi cuando la gente se está retirando
y salgo con los últimos invitados, pasada la una de la mañana. A la mañana
siguiente mis vecinos, desconsolados, me avisan de que su casa ha sido
desvalijada. Teniendo en cuenta que la disposición de mi casa y el estado de
mis ventanas es muy similar al de su casa ¿debo esperar que la mía sea la
próxima? Unas horas después una llamada telefónica me pone al corriente de la
desparición misteriosa del abrigo. Un día después otra, sobre el robo del
dinero.
La
intuición me dice que una misma persona (o grupo de personas) está involucrada
en esta cadena de desapariciones desafortunadas. Así que me dispongo a
investigar la relación entre las tres. Rememoro con cuidado la lista de
invitados en las dos fiestas. Para mi asombro descubro que la única persona que
asistió a ambas soy yo. Debo descartar entonces la posibilidad de un invitado
común con pretensiones de ratero. Sin embargo esto me da la pista de que yo
tengo algo que ver con todo ello. No estoy diciendo con esto que yo soy
responsable de nada, por supuesto, sino no habría misterio que descifrar. Más
bien se me ocurre que yo soy el movil, o inocente intermediaria de los robos.
¿De qué forma? Mis vecinos han salido a cenar, y alguien que me conoce sabe que
yo también voy a salir. Las dos casas quedan vacías a disposición del ratero (o
grupo de rateros). Sin embargo, puesto que me conoce y sabe las condiciones
idóneas de mi casa (y la de mis vecinos) decide probar suerte cuando estamos
fuera, sin ensañarse conmigo claro, ya que gracias a mí, está en disposición de
la información pertinente y además he sido tan gentil de dejar el espacio a su
disposición, al mismo tiempo que mi vecinos, para así facilitar la tarea.
Mi
intuición me dice que después de asegurarse de que estoy ya cómodamente
instalada en la primera fiesta, vuelve rápidamente a mi casa y con ayuda de
alguien desvalija el apartamento de mis vecinos, dejando los objetos a cargo de
sus colegas. Todavía tiene tiempo de volver a la fiesta y, en el frenesí del
baile, introducirse en el cuarto trasero para hacer una oportuna llamada
telefónica. La gente aquí es muy educada y cuando alguien habla por teléfono,
se retira prudentemente para no interferir en la intimidad del hablante. Así
tiene libertad absoluta para registrar todos los bolsos de mano abandonados en
la habitación y retirar la cantidad que más le conviene. Terminada la
conversación telefónica, me sigue a la segunda fiesta y, según cuentan los
rumores de los invitados, sustrae el abrigo sin entrar abiertamente a la casa;
aprovecha que la puerta del porche ha quedado abierta para cualquer invitado
que aparezca, y que el cuarto más próximo a ésta es aquél en el que han sido
depositados los abrigos. Probablemente entró como un invitado más, vio el
abrigo ostentosamente desplegado y decidió llevárselo sin entrar, aprovechando
que nadie lo había visto todavía.
Dadas
las circunstancias expuestas, me queda averiguar cuántas personas estaban al
corriente de mi trayectoria nocturna. En efecto, más de una. Entonces quizás
debo seguir la investigación por tratar de recordar o preguntar quién
desapareció de la primera fiesta por un par de horas mientras yo estaba allí, y
por lo tanto mi casa quedaba vacía, quién habló por teléfono en el cuarto
trasero y quién salió de allí justo después que yo.
He
estado haciendo algunas preguntas aquí y allá y por supuesto muchas personas
sabían mis planes de aquella noche, nadie reuerda quién entró y salió después
de mí en la primera fiesta y, claro, varias personas hablaron por teléfono
aquella noche pero nadie se acuerda ni le importa quienes fueron. Además tantas
pesquisas empiezan a perjudicarme y ya andan murmurando que estoy obsesionada y
paranóica con los robos. Me aconsejan que me cambie de casa si lo que temo es
que me roben como a mis vecinos. En cuanto a los otros dos, nadie entiende
porque les doy tanta importancia si al fin y al cabo yo no fui la perjudicada
en ninguno de ellos y algunos consideran que es una falacia, que encubre cierta
arrogancia y un oculto afan narcisista, pensar que estos tres robos están
relacionados y tienen algo que ver conmigo....
La
prueba de que yo no estaba equivocada la tuve algún tiempo después, cuando
decidí escribir la historia tal y como ocurrió, aun sin haber encontrado al
responsable o responsables y sin tener un final que añadir a ésta. En ese
estado inacabado, y tal y como la acabo de transcribir aquí, estaba mi historia
cuando un suceso extraño vino a completar los otros tres.
La
fiesta esta vez tocaba en mi casa, celebrábamos el fin de año, comimos las uvas
tradicionales y bailamos hasta altas horas de la madrugada. Pasé todo el día
siguiente en la cama, enferma con resaca y sólo al atardecer me levanté para
recoger los restos de la invasión de la noche anterior. Varios días después
recordé mi historia inacabada porque descubrí algunas pistas relacionadas con
los robos. Misteriosamente tuve una intuición que me hizo creer que el ladrón
había estado en mi casa o quizás todavía lo estaba. Corrí a mi escritorio para
retomar mi narración y mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que había
desaparecido, no pude encontrarla por ningún lado, se la había tragado la
tierra. Claramente alguien se la había llevado durante la fiesta confirmando
así mis sospechas y adviertiéndome al mismo tiempo de que era mejor olvidar el
asunto. Mi cuento no podría tener final; ahora ni siquiera tenía principio.
Quedé asustada y descorazonada pero no me dejé amedrentar por el aviso y, como
pude, reescribí la historia, ahora en perspectiva, para dejarla otra vez
inacabada, aunque esta vez definitivamente....
Isolina
Ballesteros ©. 2001