I.- Segmento de vida que viene y va, que desaparece en la
niebla de la mañana y aparece en la oscuridad de la noche. Sigilosa, precisa,
perversa e inocente. El todo y la nada. Curvas de tu pelo negro, de tus pequeños
pechos, de tus rodillas y talones afilados. Segmentos de vida que se abren y me
dejan en medio, dentro de tu espacio, atrapada en tu aura y en tu olor.
Tienes para mí el encanto de ser mi dulce Muriel, a veces desesperada Ofelia entre las flores y a veces valiente Etain en el mundo de las hadas. Levantas nuevamente mi torre con tus frágiles manos que saben del sufrimiento ajeno. Restableces cada segmento de vida incluso a costa de pagar muy caro los errores que cometes. Envuelves con la cadencia de tu voz suave mi amargo dolor, tornando dulces los momentos compartidos. El roce de tu piel blanca, tu corazón latiendo con una fuerza arrebatadora, la música de vidas anteriores que tú conoces, son segmentos de tu representación, mi dulce Muriel.
II.- La miseria de los años perdidos, el recuerdo de aquellas
imágenes confinadas en un cuarto oscuro, todos aquellos segmentos de vida, de
la tuya y de la mía, todo está en tu memoria, mi dulce Muriel. A cambio de
tanto como he recibido, he vuelto a escribir solo para ti. Me has regalado, de
nuevo, el segmento de vida necesario para contar lo que siento, lo que
recuerdo.
Las personas se acostumbran a la
soledad y aún más, la buscan. Segmentos de una vida infame que duermen en la
soledad de los pensamientos hasta que un instante mágico y a veces terrible los
despierta. Mi dulce Muriel, tú acomodaste todos esos segmentos enloquecidos
pujando por instalarse en primera fila, justo delante de mis ojos, en donde más
duelen las cosas. Mi dulce Muriel, reparando las heridas hasta su total
curación. Sanadora incluso a segmentos de distancia, improvisando un lazo que
da alas de luz a nuestra existencia y a nuestra amistad.
III.- Segmento de mi vida hundido en el río que, profundo,
guarda tu secreto y me devuelve tu imagen hinchada desde el segmento del puente
que lo cruza. ¿Por qué tengo que verte así, mi dulce Muriel?. Ni siquiera yo
fui capaz de comprenderte. Perdóname por no tener la compasión que tu
derrochabas, perdóname por no tener ni la mitad del valor que tú me infundías,
perdóname por no saber amarte como solo tú lo hacías, mi dulce Muriel.
Ahora que tú ya no estás, creo que
volveré a quebrarme como un segmento cruzado por su bisectriz asesina y
despiadada, mi dulce Muriel. Buscaré esa soledad anteriormente vencida porque
quiero enfriar mi sangre y segmentar mi aliento, solo para poder esperarte,
solo para sentir que vuelves a concederme un segmento de tu vida con el que
seguir escribiendo, tal y como te prometí, mi dulce Muriel.
© Amanda Corrib, Marzo 2003