Por
primavera llegaban las tormentas,
decían,
abismos de
pasión remodelados,
rarezas de
estación
siempre un
misterio el día antes,
inevitables
como el
dedo en la frente
o la
incómoda postura del silencio, a veces.
Brotaban
del atlante invierno
como
fértil manatial en el desierto
siempre a
tiempo, pertinentes.
Nunca me
ha sorprendido
la
insistencia retadora
con que se
repite la aurora
Reconozco
sin dudar
el rechinar
de las caderas
la
vehemencia demorada en los abrazos
y aquellas
lenguas ágiles, indiscretas.
Y a pesar
de saberlo,
te
acompaña una pulsión,
puedo
decir, desconocida.
Me enlazas
a los vientos
como a un
mástil la vela enardecida,
me clavas
a cimientos
de aún
efímera construcción,
te demoras
hasta el último aliento
de crujir
de huesos y lamentos
y
entonces,
lluvia
escasa, desparramada en el sillón.
Edelina
Valles © 2002